martes, 14 de octubre de 2008

No leer bajo ningún concepto.

Creo que esa necesidad por lo agresivo nace de mi necesidad de alejar a lo externo, de aislarme. De miedo. Porque con un ataque agresivo sé que quizás me usen, pero al menos me desean, ¿no? ¿No? Me da cierta certidumbre.
Pero mis inseguridades me inhiben tanto como me abren. Me abren las piernas como una puta cualquiera, pero me contraen los músculos para que me duela la primera embestida. Y el miedo a ese dolor, por más miedo tonto que sea, es un miedo incontrolable. Saber que caminás sobre aire es tan incómodo como mis zapatillas rojas. Es mi lado autista, aquel que prefiere escudarse tras una pantalla, tras un teléfono, tras una capa de grasa, tras un tipo de música, tras un arte revelador. Mi verdadero yo se me escapa, como siempre, y termino sin saber quién soy.
Esa persona con una mochila de preocupaciones encima es tan desconcertante como aquel lado sexualmente dominante que me imprime de vez en cuando, y rompe esa barrera, corre a pesar del peso. Y se cansa, y se duerme, y no despierta más a menos que lo remuevan. Y necesitan que le muevan el colchón en donde se tiró con fuerza, golpearse, para recién ahí gritar un "5 minutos más" que resultan ser nuevamente eternos.
Dónde estoy, adentro de ese nudo de mi garganta, sigue siendo un misterio para mi razón. La típica pregunta horrible de quién uno es. La trascendental, la única verdadera, la única que importa al final de todo.
Y adentro de mis ojos no lo voy a encontrar.
Adentro de mis cavidades menos.
Adentro, adentro. No.
Afuera, en otros, en mi reflejo, en lo externo. Eso me define. El contexto.
Y ¿qué soy sin el contexto? Una masa eterea que fluye por el aire, se desvía, se esparse, se difumina, no tiene límites y no ve razones y no es más que en sí y no es más que en otros. Y no es en ningún lado, en ninguna parte, en ningún lugar, en nadie, en todos, en ninguno.

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