sábado, 31 de enero de 2009

Get the Moonlight out of your hair.

A veces pienso que el desengaño es una actividad común de cada día. A veces pienso que el desengaño no es más que un artilugio de nuestra mente, ya que cuando nos enteramos de algo que contradice un conocimiento pretérito, no es otra cosa que un descubrimiento de verdades.
Existen sólo las verdades o sólo las falacias y nada es completamente cierto y nada es completamente mentira.

Quizás una mentira piadosa sea un laberinto de lágrimas ensangrentadas que lloramos internamente. Porque es más fácil engañar que dejarse ver. Y es mucho más fácil vivir engañados que mirar a las estrellas a la cara.

Cuando el viento sopla, y supla fuerte, no queda nada más que un vacío terrenal en donde uno cae como si hiciese bungee jumping.

-Quisiera poder vivir en la verdad y no en la mentira- se dijo Julieta, entonces. Julieta, que usa palabras simples y siempre sueña. Sus sueños son mentiras, ella lo sabe, y sus palabras tienen sueños entretejidos en la ropa que llevan. Las letras danzarinas se le ríen mientras salen de su boca, aunque ella no podría estar más seria.

Juli es muy infantil. Pero si bien Juli no es más que un puñado de aire esperanzado, quizás esconda más cofres arqueológicos que yo. Que yo, oh, yo que sólo respiro agua estancada.

viernes, 9 de enero de 2009

"You earned this on the street?"

Uno cierra el bolso y suspira. Ya todo está listo para partir, para agarrar ese tren, ese avión, para subirse al auto. Te sentís feliz, contento.
Pero te sentís triste.

Vas a un lugar nuevo, a relajarte, a leer, a pasarla bien con tus amigos, a joder, a separarte de la ciudad, a no tener que soportar a tu mamá girando por la casa, a tranquilizarte, a fumar menos (o más), a morir un poquito más lento.

Pero dejás tu casa, tu seguridad, tu computadora, tu vida la ponés en el freezer. Y vos tenés ganas de quedarte, quizás, de seguir normalmente con tu día a día rutinario y a la vez impredecible.

Dejás atrás los dolores de cabeza y te tirás a lo desconocido...

Todo, ¿por qué? Todas las molestias, ¿tienen algún sentido? El dinero gastado, ¿lo vale?

Quizás sí. Quizás... te ayude.

sábado, 3 de enero de 2009

Retórica.

Era una chica de metal. No un robot. Una aleación de hierro y zinc, partes de acero y un motor que la hacía funcionar.
Caminaba como cualquier otro, respiraba, comía, bebía. Se podría decir que vivía. Su creador sólo se olvidó de conectarle el sensor táctil. Un simple detalle que puede arruinarle la vida a una persona, ¿vio usted? Ya que uno la acariciaba y ella ni siquiera notaba que uno se encontraba a su lado. O quizás podría usted besarla que ella tampoco mostraría ninguna reacción aparente.
Era muy hermosa, ella, como cualquier persona armada podría ser. Correspondía con los estándares de belleza de aquella época en donde vivía y era, por sobre todas las cosas, muy inteligente. Ya que, claro, usted verá, era una máquina y no un humano.

Pero a veces, las máquinas se asemejan más a un ser viviente de lo que uno pudiera imaginar. Esto traía confusiones entre todos aquellos que la rodeaban, léase gente que pasaba por la calle, compañeros de la vida, familia y etcéteras. Ella a veces parecía tener más optimismo y ganas de vivir que la gente que la rodeaba. Esto la hacía preguntarse, gracias a su impresionante capacidad de raciocinio, por qué ella nunca se sentía cansada (mientras le durara la batería) o por qué no sentía la necesidad de alimentarse, si bien lo hacía, o por qué ella tenía la capacidad de nunca desanimarse ni enfadarse.
Ni sentir nada para lo que no estuviera programada.

Y fue entonces cuando decidió que iría a pedirle a su padre que le programara para poder sentir de verdad.

-Nunca fue un problema para ti no tener sensibilidad epidérmica, mi vida.

Ella, sin quitar su sonrisa, respondió sentándose en su regazo y abriendo muy grandes los ojos.

-Quiero poder sentirme cansada, sentirme desanimada, papá. Quizás no sea muy agradable, pero creo que esa es la mejor manera de poder comprender a mis amigos y a la gente que me rodea.

El mecánico frunció el ceño y su rostro se nubló.

-No puedo concederte ese deseo, pequeña-. La besó en la frente antes de bajarla nuevamente al suelo y salir de su despacho.

Y ella se quedó parada allí, observando como el sol tardío derramaba sus rayos sobre sus ropitas. Quisiera haber podido deprimirse y llorar, quisiera haber podido no sentir tantos deseos de seguir intentando, por todos los medios, conseguir un corazón que le permitiese sufrir y, por ende, amar.