lunes, 9 de noviembre de 2009

Ser.

La perorata de sinsentidos no suele fluir muy de vez en cuando. Es más probable que no fluya at all, in fact. O sea, no es que no quiera salir, sino que uno se acostumbra a reprimirla brusca y horriblemente. Es que es muy difícil aguantarse las ganas de tener ganas de vomitar letras. Y las letras, caprichosas, no forman palabras cuando salen. Se unen en clusters, como en los sentidos altos de escorpio. Se fusionan, son una con la que sigue y con la que les precede. Son tantas, tantas que abruman al que las mira. Todas hermanas, todas hijas, todas huérfanas, todas solas. Porque son más en sí mismas que con la otra. La complementan, sí, no pueden ser sin la que sigue, pero sí pueden ser solas; aunque suene a contradicción.
Aunque suene a que no tiene sentido.

Y con nosotros pasa algo parecido. Porque somos individuos pero en el otro somos más fuerte que en nosotros mismos. Nuestra esencia es, entonces, algo que trasciende de nosotros, de nuestro yo físico, de nuestro espacio en el plan universal. Somos nosotros, sos vos, soy yo, pero somos nosotros.
Y sin embargo, ese nosotros no suena más importante que ese vos, ese yo. Ese yo, ese vos.
Somos, claro, uno. Pero somos dos.

Uno. Qué linda palabra.