martes, 14 de octubre de 2008

La última página.

Cuando uno termina un libro está contento. Aunque el final sea triste, sabe que la historia no sigue, que no hay posibilidad de cambio y que esa fue la resolución final de los acontecimientos. Uno sabe con certeza que no es necesario continuar divagando, que debe quedarse con ello y conformarse. Es casi como terminar un capítulo de una vida, de darlo por cerrado.
Y si el final es feliz es incluso más decepcionante. Es decir, uno tiende al pesimismo, o al menos yo, y esa sorpresa (que no es sorpresa, sino más bien la rotura de una esperanza de realismo en una novela) es la que te tira al suelo dejándote aturdida. Porque los finales felices de los libros no te llegan, y las complicaciones del camino son más intrincadas y las historias lineales no hacen más que ahuecar la realidad, dejando un agujero horrendo e imposible de llenar.
Con sacabocados sacás pedacitos de tu razón para tirarlos, rompiendote el coco, tratando de dislucidar un por qué.
Y no lo encontrás.

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